Francesc Arroyo
Ninguna de sus obras era solo lo que se apuntaba en el prólogo. De un modo u
otro, abrían siempre camino hacia otros destinos. Ahí, sin embargo, apuntaba
más: a todo lo que siempre quiso comprender y sistematizar y que termina en la
muerte. Leerlo sobrecogía a quienes ya sabían que se hallaba enfermo. “Es
posible preguntarse: ¿es esta vida presagio de una vida diferente? ¿Son nuestras
vidas 'preludios de una desconocida canción que tendría en la muerte su primera
y solemne nota', como decía Franz Liszt?”. Pero la muerte, seguía reflexionando
en primera persona, “nos aguarda siempre detrás, a nuestras espaldas; en el peor
de los casos, esperando una estocada a traición; en el mejor, asistiendo por
anticipado al moribundo. Espera nuestro último suspiro para enterrarnos, o para
disolvernos en el fuego, en el humo, en ceniza”. “Se muere varias veces en el
argumento de la vida”, escribía en la coda final. Y en ese mismo punto, en nota
a pie de página, una cita de una película de David Lynch: “Nada, no pasa nada,
te estás muriendo”. Y añadía: “Acto seguido se ve la cámara en la parte superior
de la pantalla, y el director ordena; ‘corten”.
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